jueves, 5 de mayo de 2011

La Escuela

Ojiverde, ceñudo… Flaco… Gallo
de “troya”, “trompis”, “pútzes” y béisbol,

que puso “media luna” al “papagayo”,
soñando herir al sol,
y correteaba al tren ciego de humo,
furia en los ojos y guijarro en mano,

para volver, sangrante y taciturno,
por la fuga del tren y del guijarro.
¡Faroles de Izamal que me sirvieron
para afinar el tino de mi piedra!…
¡cristales que prendieron
sus pupilas opacas en la hiedra!…
1 más 2… 3 burros… X… Z…
La cruz del alfabeto que es aún

como agobio mortal… Y la palmeta…
Y el espanto… ¡Fuera de clase, tú!…
Me hiciste un traje igual al del muchacho rico
que un día, en clase, se alejó del banco

y me llamó “borrico”
porque iba remendado mi trajecito blanco…
¡Y esa otra vez!… ¡Al recordarla vibro!…
¡Como te pusiste a llorar

porque en casa no había para comprarme un libro
y porque no tenía yo ganas de estudiar!…
En el viejo cansancio pueblerino
balbucí mis primeras tonterías
en versos que enseñabas al vecino,
leías, me mirabas y reías…
Reías con no sé qué de venturoso
de plácido, de dulce, de amoroso,
mostrándome los dientes apretados
y blancos, blancos, blancos…
Con tu sonrisa limpia me alentabas,
madre siempre tan buena,

crucificada en tu sagrado nombre,

¡crucificada en la ilusión suprema
de ver un beso transformado en hombre!…

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